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¿Y AHORA QUÉ HAGO CON TU CEPILLO DE DIENTES?

Ahora que me sangran las encías, me acordé de la pregunta franca y clara que él me hizo: ¿ Y ahora yo qué hago con tu cepillo de dientes?
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En realidad no era una cuestión menor porque encerraba toda la intención de compartir las madrugadas. Lo que empezó como un divertimento, terminó por convertirse en ilusión, sobre todo para mí, una mujer un poco maltrecha   pero muy  derecha, golpeada por la vida y con una maleta repleta de fantasmas, que sacaba a pasear a cada rato. Durante mucho tiempo me encerré en mí ( aunque todo hay que decirlo, de vez en cuando me escapaba por la ventana y aprovechaba para uno que otro polvo) con la esperanza de que la maldad de los demás no me tocara, con la esperanza de que nadie más me hiciera daño, con la esperanza de encontrarme aún sin estar perdida, con la esperanza de encontrar al ser perfecto como si en verdad este existiera, con la esperanza de que nadie más me jodiera la existencia.

Pero como la vida no siempre se puede vivir a la carta, me topé en cualquier esquina con un buen ser humano, tal vez feo para los demás, lindo para mí, sensible, intuitivo, que vestía bien pero me desvestía mejor, inteligente, de buen humor pero lleno de problemas, de pronto no muy graves, pero tampoco menores y que al cabo del tiempo empezó acompañarme en mi proceso de sanar. A punta de caricias y de besos, nos fuimos construyendo, nos fuimos curando, a pesar de los malos vaticinios de la gente que como aves carroñeras pronosticaban un mal final.

Mis pocos amigos y mi poca familia, me veían diferente. Algo en mí estaba funcionando  y hacia  que se dibujara una sonrisa en mi cara. Era feliz. Empezamos a soñar  y fue tal vez en una noche fría que él me compró ese cepillo de dientes. Hoy después de algún tiempo y ya sin él, entiendo que lo malo no fue hacer planes ni sembrarnos de ilusiones, sino llenarme  de culillo al intentar cumplirlos.

Preferí irme antes que me hiciera daño. Confié poco en lo que habíamos logrado construir. Lo condené por sospecha y me escurrí por las rendijas. Nunca supe más de él,  aunque creo que ha ido solucionando uno a uno todos sus problemas, porque si algo tenía era que luchaba. Hoy me queda la duda si yo hubiera podido hacer un poco más porque al fin y al cabo lo amaba y aún lo amo, aunque a diario intento convencerme que mejor sola y por ahora no tengo planes de escapar por la ventana. Puede que no esté feliz, pero por lo menos estoy tranquila. Como lo conozco bien, sé que en algún lugar me estará esperando aún con ese cepillo de dientes, pero me gana el orgullo y mi férrea convicción que cuando uno termina es para siempre. Lo dejé ir y no moví ni un dedo, aunque en el fondo creo que no cerré la puerta con seguro.

Las encías me siguen sangrando. Debo ir al odontólogo.

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