Por: Erika Matallana
La otra noche mi esposo y yo estábamos buscando una película para ver juntos. Él sabe que soy una amante irreversible de las películas románticas, así que finalmente vi que se decidió por parar en un canal, me miró con el entusiasmo de un niño al abrir los regalos de Navidad, y me dijo, “Mi amor, esta película tiene dos estrellas. Perfecta para ti!” — What????
Debo admitir que tuve que hacer un esfuerzo sobre-humano para no reírme a carcajadas, porque el comentario, aunque ofensivo, fue muy acertado. Sí, es cierto, admito que me encantan las películas que para los críticos cinematográficos son un insulto a la industria. Lloro, me rio y sufro con cada escena en donde los amores imposibles de alguna forma encuentran (o no) la forma de estar juntos.
Sin embargo, esa noche, después de ver otra de “esas” películas, luego de llorar intensamente e irme a dormir con la sensación de haber perdido a un ser querido, llegué a una conclusión: las películas de amor son nocivas para la salud mental. Nos venden una idea errónea del amor. Nos hacen idealizar situaciones y personas. Nos hacen tener unas expectativas irrealistas en cuanto al amor y a lo que éste nos debe hacer sentir a diario.
Pero no, el verdadero amor está lejos de parecerse a una de esas películas que nos hacen soñar despiertas. El verdadero amor es imperfecto; tiene altas y bajas, se ve feo en las mañanas y nos pone a prueba a diario. Sin embargo, es real. Es constante y noble, está siempre “ahí,” en las buenas y en las malas, y nos ama (y nos aguanta) –a pesar de todos nuestros errores e imperfecciones.
Así que la próxima vez que ver una película de amor las haga sentirse incompletas, frustradas, solas o incomprendidas, recuerden: todo eso es ficción. El verdadero amor se escribe y se construye a diario, y sólo puede darse y recibirse a plenitud cuando por fin decidimos amar y aceptar a la persona más importante en nuestras vidas – nosotras mismas.