Por Erika Matallana
Si se trata de ser completamente honestas, 99.9% de las mujeres del mundo luchamos a diario por combatir los demonios internos que todas traemos genéticamente desde que nacemos. Esos que insisten en convencernos que no somos lo suficientemente bonitas, inteligentes, delgadas, etc. ¿Les suena familiar?
Si respondió “no,” felicitaciones– usted forma parte de ese 0.1% de mujeres que nacieron privilegiadas con una autoestima indestructible. Pero si su respuesta es “si,” bienvenida. No está sola en el confuso y abrumador mundo de presiones y complejos infundados en el que la mayoría de las mujeres vivimos. Y aunque este es un fenómeno predominantemente de género, y que va mucho más allá de cualquier diferencia social, cultural o socio-económica, es válido decir que en Colombia se vive y se siente con mucha más intensidad.
Ser mujer en Colombia es nacer y crecer convencida de que la belleza exterior es mucho más importante que la personalidad, el carácter, el sentido del humor y hasta los valores y talentos. Con el cuentico trillado de que “Colombia es conocido por sus mujeres bonitas,” a las niñas desde pequeñas nos inculcan una mentalidad materialista, y en muchos casos irrealista, de lo que nos hace realmente valiosas.
Y así vamos por la vida, mirándonos poco en el espejo de nuestra verdadera esencia, pero comparándonos con todas las mujeres, sólo para concluir que todo lo tenemos feo. Arriesgando nuestra salud, y en muchos casos nuestra vida, para lograr vernos y sentirnos dignas del amor y la aprobación de otros.
Hoy, en mis treintas, veo con tristeza como gasté años y años de mi vida tratando de seguir las masas en lugar de seguir mi corazón y mi propio criterio. Hoy, cuando veo mujeres en sus veintes, agonizando por dentro por no alcanzar los absurdos estándares que nuestra intoxicada sociedad ha impuesto sobre nuestro género, quisiera abrazarlas y decirles: “no se preocupen, todo va a estar bien. En unos años se darán cuenta que esforzarse tanto y cambiar su esencia para lograr la aceptación y el amor de otros, es completamente innecesario y desgastante.”
Bien dicen que los años nos dan sabiduría y no hay nada más cierto. Lo irónico es que al ganar sabiduría se pierde juventud, y la libertad, oportunidades y energía de hacer todas las cosas que no hicimos años atrás por falta de experiencia, de valentía, y sobre todo, de confianza en nosotras mismas.
Por eso hoy decídase a vivir; pero a vivir de verdad— sin tantos miedos e inseguridades. No permita que el miedo domine su vida. No se conforme con amores mediocres y migajas de cariño sólo por no darse cuenta que usted merece mucho más que las sobras–independientemente de la talla de sus pantalones.