DEJAR IR LO QUE NO ES PARA NOSOTROS, ES TAMBIEN UN ACTO DE AMOR. SIEMPRE HABRÁ MÁS FIESTAS A LO LARGO DEL CAMINO
Dice el dicho que el que mucho se despide, pocas ganas tiene de irse. Y es que los colombianos, en particular, somos expertos en despedirnos al menos tres o cuatro veces antes de irnos de una fiesta o una reunión familiar. Bueno, eso si la estamos pasando bien y nos gusta la compañía, porque si no, despedirse resulta más un acto de supervivencia, bien sea para el invitado o para el anfitrión.
Lo mismo ocurre en las relaciones amorosas. Siempre hay uno que la está pasando bien y no tiene ganas de irse, mientras que el otro no sabe cómo planear su salida de la manera más diplomática posible. Siempre habrá quien aun sabiendo que es tiempo de dejar la “fiesta,” se despedirá una, dos y tres veces antes de darse cuenta que ya es hora de decir adiós de verdad, verdad; que el anfitrión está cansado y no la está pasando tan bien como el invitado, o viceversa.
Porque no hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla, y hasta la más animada de las fiestas se tiene que terminar. Aunque duela hacerlo, hay que irse sabiendo que aunque sintamos que esa fiesta fue la mejor de nuestra vida y que jamás olvidaremos qué bien la pasamos, siempre habrá más fiestas a lo largo del camino.
Y sí, es cierto que cuando aún se ama, despedirse es un acto de inmensa valentía y heroísmo. Ese momento en que por fin entendemos que para amar se necesitan dos, y que cuando el amor propio se está viendo comprometido, es tiempo de salir por la puerta con la mucha o poca dignidad que todavía nos quede. Porque dejar ir lo que no es para nosotros, es también un acto de amor.