Sin embargo, como los súper héroes, basta con despojarse de la ropa para transformarse en gente maravillosa, creativa, segura de sí misma, entregados por completo a la faena, sin temor a nada, sin miedos del pasado y sin expectativas del futuro.
Un buen polvo no se trata de gritos, ni de fuerza. Se trata de momentos de verdad como llaman los gerentes de mercadeo. Momentos en los que se pone en juego, todo lo que se ha prometido con palabras o se ha dicho sin decir. Acá no cuentan las historias que se han contado, ni las pintas que se han puesto. Acá, son dos personas dispuestas a enfrentar sus miedos, sin importar lo paradas o caídas que estén las tetas o lo grande o lo chiquito del pipí.
Los buenos polvos suelen ser memorables y si se está enamorado, mucho mejor, aunque para muchos no suele ser un requisito sine qua non. De hecho, muchos de los mejores polvos ocurren entre ex parejas, que ya se saben, ya se entienden y que no tienen una expectativa diferente a entregarse por completo. Se corre el riesgo eso sí, que un buen polvo reviva las cenizas de lo que se creía ya acabado, por lo que si no está dispuesto, tal vez lo mejor sea dos polvos medio malos con personas a las que no volverá a ver, que uno bueno con alguien que le martillará la cabeza con recuerdos.
Como especialista, me encantan las historias de los polvos entre personas que ya fueron, porque es una forma de enfrentarse a las decisiones del pasado y tal vez el camino para reconstruir lo que una vez se tiró por la ventana. Un buen polvo cura todas las heridas porque no se trata solamente de sexo, sino una verdadera comunión entre dos personas que se entienden, que se quieren y de algún modo, se respetan. Por eso si después de la faena no se encienden las alarmas, no lo dude, esa persona es un amigo(a) más, un polvo más, pero no un buen polvo.