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FELIZMENTE SEPARADO

Para un jugador del mercado del usado, no deja de ser raro recibir  su acta de divorcio muchos años después de separado. Por pereza, por descuido, porque creemos que nunca nadie más nos llegará o por lo que sea, son  de esas cosas que muchos vamos aplazando, con todo lo que eso implica.
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Sin embargo, la vida, sabia, como es,  se encarga de morderse la cola, aunque la marca en los colmillos queda siempre en nuestras nalgas. Cerrar un ciclo en la vida es la posibilidad de abrir uno nuevo. Tarde que temprano se necesita hacerlo, para soltar del todo lo que ya no es, pero algún día fue.

El  finalizar una etapa en la vida, no  implica ser desagradecido y mucho menos con la persona que alguna vez te hizo feliz,  solamente porque el amor se haya agotado. Hay quien cree, con razones poderosas, tal vez, que cuando las cosas se acaban, se acaban y que la persona que ayer quisimos, debe convertirse inmediatamente en blanco del desprecio, del odio, de la mala leche, como si eso  asegurara el olvido.

Otra forma de verlo es entender que no necesariamente dos buenas personas hacen una buena pareja, ni siquiera dos personas que se aman, pero no por eso automáticamente se convierten en nuestros enemigos.  El hecho de tener una buena relación no implica de ningún modo que se esté intentando prolongar lo que alguna vez se tuvo o no querer cerrar el ciclo. (Estamos hablando por supuesto de relaciones sin maltrato, ni físico ni psicológico, sino de  relaciones normales donde el amor se acaba) Por eso, cada relación es diferente, cada persona es diferente y quererla empaquetar en una teoría digna de Vanity Fair o de Cosmopolitan, resulta un poco injusto y loco.

Cuando hay hijos de por medio ( y eso solamente lo entienden los que tienen hijos o las personas con una mente lo suficientemente abierta) funciona mejor mantener ciertos niveles de cordura, buenas maneras e incluso algo de afecto con la persona que alguna vez se quiso. Es entender que nadie se separa por la pelea de la noche anterior y que las relaciones, buenas o malas, se construyen entre dos. Incluso, cuando las situaciones son extremas. Pasar del amor al odio, no deja de ser una pelea con nosotros mismos, con nuestro pasado, con nuestro criterio al escoger y el pasaporte seguro a la amargura, es escupir para arriba y quedarse aletargado viendo el cielo azul. Toda relación sana, en cualquier circunstancia, tuvo momentos felices,  que no pueden olvidarse y opacarse por el hecho simple de que el amor está cansado o se murió de olvido. Pasar del amor al afecto, incluso a la amistad, tal vez es el camino más rápido para cerrar el círculo al entender que esa persona que alguna vez fue importante en nuestras vidas, sin importar el tiempo que duró, nos ayudó de alguna manera a ser lo que hoy somos. Pasar del amor al desprecio, por el contrario,  es un proceso doloroso y muchas veces injusto y que al final lo único que deja es heridas cerradas sin sanar, con la pus por dentro que tarde que temprano se nos come el brazo.

Pero claro, cada quien se va como quiere, o como puede pero al irse tirando la puerta, generalmente se machuca al que no se debe. Por eso, al mejor estilo pambeliano, es mejor estar felizmente divorciado o separado que amargado eternamente.

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