Y eso no está bien ni está mal, pero doloroso si resulta porque por más que uno pase un día entero mirando ese teléfono, no va a hacer que suene, ni que el whatsapp se ilumine o que el e mail nos alegre el día, además porque uno no sabe si no hay wi fi o no hay amor.
Esperar una señal suele ser un proceso errático y punzante que nos recuerda cada día la fragilidad humana, además porque en el caso extremo de que llegue alguna, generalmente terminamos por malinterpretarla. Una pequeña mueca la tomamos por sonrisa, un desinteresado “ cómo estás” nos hace sentir que la llama sigue viva, un carro que pasa, un parecido en Transmilenio nos hace pensar en el universo conspirando. Y no hay tal, porque tal vez cuando no hay señal, es la señal.
No nos metamos mentiras. En las relaciones del mercado del usado, las señales no funcionan y lo que se necesita y se requiere son mensajes claros y directos, que nos bajen de la nube o nos pongan los pies sobre la tierra. Estas relaciones ya no aguantan los mensajes cifrados, los decir sin decir nada, las insinuaciones que estuvieron bien la primera vez. Ahora lo que se requiere es la claridad del te quiero o no te quiero, del vuelve ya o lárgate pronto, del te amo y ven pa acá o el te odio y es mejor que no te vea. El romanticismo en el mercado del usado tiene nombre propio: hablar con la verdad, porque las señales difusas e imprecisas solamente conducen al llanto y el dolor. Por eso, tal vez, resulta mejor quemarse un minuto con la llama que toser toda la vida con con el humo.